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A lo largo de este discurso Antenor Orrego tras haber estado casi en cautiverio perseguido por sus ideas políticas nos da una clara interpretación de lo que fue el gobierno de Leguía que no fue mas que nada un desastre para los intereses del Perú, es decir durante su gobierno se dieron abusos de poder,, la corrupción fue el pan de cada día mientras que los ricos se enriquecían cada día mas los pobres se morían de hambre hasta la clase media tuvo que hacer casi milagros para poder subsistir y nos dice también que el futuro de construir un nuevo País esta en la manos de todos y el comparte algunas propuestas que van a beneficiar a todos sin ninguna distinción social.

 

Diario «El Norte» de Trujillo. 27 de Setiembre de 1930


Compañeros:
 

    Después de un lapso de más o menos ocho años héme aquí de nuevo ante vosotros para inaugurar las actividades de la Universidad González Prada. Tarea ésta gustosísima para mí, gratísima para mi espíritu, cara para mi corazón llagado y vejado de proletario. Porque os dije siempre la verdad, porque no prostituí jamás la majestad de la palabra, porque no quise nunca hipotecar mi acción cotidiana, porque no vendí mi pensamiento y porque no cedí a los halagos del poder, se me aisló de vosotros, se ahogo con la fuerza y con la persecución las verdades que pugnaban en mi labio y que se encresparon varias veces en el grito encendido de la acusación.
   

    He sufrido bastante; vosotros lo sabéis. No vengo aquí a quejarme porque la queja es de los débiles. Vengo aquí a abrazaros otra vez, con la emoción intensa, con la vibración cordial y embriagadora de quien estando encarcelado recobra de pronto el uso pleno de la libertad, vengo aquí para proyectar la poca luz que en estos momentos de tremenda inquietud y de fulgurante esperanza ha podido hacerse en mi cerebro. He sufrido bastante, pero estoy dispuesto a sufrir otra vez, y la otra, y las demás.
 

    Pero vosotros habéis sufrido más que yo. He asistido al mancornamiento de vuestro grito y de vuestro esfuerzo de la libertad durante once años tétricos, he visto cómo la metralla se azotaba en vuestra carne hambrienta de pan y en vuestro espíritu sediento de justicia, os he visto bajo el rebenque brutal de la tiranía, mártires de vuestra extraordinaria capacidad de vida y de vuestro asco, y de vuestra indignación contra el servilismo degradante de las clases dominantes. Mientras ellas se alis­taban en las filas de la soplonería, mientras ellas se cotizaban a alto y a bajo precio, mientras ellas inciensaban y glorificaban al tirano, mientras sus hijas iban a prostituirse a los ministerios y a amenizar las noches del déspota en las camas mullidas de Palacio, vosotros mordiáis vuestra amargura y vuestro hambre, vuestras hijas, y vuestras mujeres, haciendo maravillas de economía, repetían el milagro de la multiplicación del pan y de los peces.
 

    Pan amargo de estos once años últimos; pan duro y de aristas cortantes que se atragantaba en nuestro cuello; pan de vergüenza y de indignación, pan de bascas y pan de impotencia.

 

    Ya se acabaron estos once años fatídicos. ¿Volverán a repetirse? ¡Alerta proletarios! Tenéis el músculo, la fuerza y la vida.

 

Un proceso de disolución

    Si queremos caracterizar los últimos veinte años de la República no tenemos otra palabra a la mano para expresar el proceso que está realizándose que la palabra disolución. Hace veinte años que las clases dominantes están disolviéndose por su impotencia, por su incultura, por su inmoralidad, por su ausencia absoluta de sentido político, por su personalismo negativo y ciego. El poder ha sido en sus manos una facción, una conspiración contra los intereses permanentes de la nacio­nalidad, una sedición de oligarquías nepóticas y de grupos personalistas. Echad un vistazo panorámico sobre la historia de estas dos últimas décadas y os convenceréis de la verdad de estas aserciones.


    Nada se ha construido, nada se ha podido construir. Los partidos políticos no han sido sino etiquetas de palabras que no respondieron a ninguna realidad efectiva. Carecieron siempre de todo sentido de res­ponsabilidad cívica. Los mismos hombres que actuaron con Leguía o con Pardo se preparan actuar hoy con Sánchez Cerro y querrán actuar mañana con Perico de los Palotes. Ha sido el mercenarismo político más descarado. Lo único que persiguen es lo que el pueblo llama con un frase gráfica que no deja de tener su graciosa intención: LA TETA FISCAL. Hemos tenido y tenemos en nuestra política especimenes o ejemplares zoológicos como aquel que cae siempre de pié .en todos los gobiernos y, que por consiguiente, no deja nunca de exprimir la inextinguible ubre de la hacienda pública. Y este es espécimen de parásito desvergonzado es ministro, presidente, senador, diputado, juez, vocal y todo.


    ¿Dónde encontráis en nuestra vida política un solo principio di­rector, una norma orientadora, una sola idea puesta en acción para forjar una realidad del porvenir? Hemos dado siempre vueltas a la misma noria y las seguiremos dando mientras las nuevas generaciones no se decidan a intervenir activa y enérgicamente en el gobierno del país.


    Cuando las clases dominantes no tienen o han perdido ya su responsabilidad histórica asistimos al espectáculo repugnante a que estamos asistiendo estos días. Largas listas de soplones magníficamente estipendiados, altas MATRONAS orgullosas que vivían de la delación, prensa degradada que cobraba el elogio, glorificaba el crimen y el robo. Torturadores como Fernández Oliva que percibían sueldos fabulosos para acallar el grito de justicia, pequeños tiranuelos de provincia que encanallaban a sus pies a todo un pueblo, directores de salubridad que traficaban con la salud del ciudadano. Ningún espectáculo se ha escati­mado para nuestra vergüenza. Es preciso para encontrar algo compara­ble retroceder algunos siglos hasta la Roma de la decadencia. Allí encontraréis de nuevo al tirano glorificado sobre el dolor, el hambre y la sangre del pueblo.


    No, nuestros partidos, nunca han representado una conciencia responsable de la vida política del país. Si la hubieran tenido nos hu­bieran ahorrado el supremo rubor de Leguía y el leguiísmo.
   

No opusieron ni pudieron oponer una sola resistencia. Bastó una embestida del déspota para que éstas armazones artificiales y mentirosas se desmoronaran desde sus cimientos. Aquí cabe repetir lo que ya he dicho en otra ocasión:


    «Tras un lento, angustioso y tétrico drama el país ha asomado a una especie de cima de su historia. Drama que ha sido, más bien, un melodrama, un sainete bufo y grotesco, una payasada clownesca. Melo­drama de farándula con su tramoya, sus hilos y sus marionetes. Ahora, lo único que precisa desear es que Leguía sea el postrer títere de esta mascarada. Lo mejor que le puede ocurrir a Sánchez Cerro es representar a aquel personaje que sale ya sin antifaz a la boca de escenario para decir al público: Señores, la pantomima ha terminado. Pendientes de esta frase que se traduzca en hechos, los peruanos estamos con el oído atento».


    Melodrama bufo, hemos dicho. Efectivamente ninguno de los partidos que actuó en la vida del país tuvo principios, normas, orientacio­nes ideológicas que lo rigiera. Tuvieron solo programas verbales sin ningún arraigo en la realidad inmediata y viva, tuvieron bambalinas de intereses oligárquicos o de grupo, fueron en verdad, núcleos facciosos que conspiraron siempre contra los intereses permanentes de la gran masa, es decir, del pueblo. El Perú no ha pasado ni por la etapa conser­vadora, ni por la etapa liberal, ni aun por la etapa capitalista dentro de sus partidos políticos. Los métodos y la táctica de la industrialización capitalista se han establecido al margen de los partidos y por gravitación propia de la época. La política ha sido siempre pura farsa melodramática yen el fondo del cuadro, una tragedia de las más tétricas que registra la historia un pueblo ingenuo, explotado, engañado, vejado y saqueado.


    No hemos tenido pueblo en el sainete de la política nacional y porque no lo hemos tenido, casi no tenemos historia. En los demás países, de un modo o de otro, parcial o totalmente, la masa ha intervenido siempre porque sólo de su entraña se forma la historia. De allí su vita­lidad y su injerencia en el concierto del mundo. Entre nosotros ha sido únicamente la farsa y el marionete. Por eso, Leguía no es caso aislado sino un hombre representativo.


    Hay que abrigar la esperanza que con la revolución de Arequipa acabe la mascarada y comience el jadear de un pueblo que luche, que sufra, que ascienda y que, se supera, mientras la farándula y los faran­duleros queden postergados para siempre. Que tengamos tragedia si se quiere entre los diversos grupos que se aprestan a la lucha política, pero ya no una farándula de comediantes y pobres diablos que se regodean sobre la tragedia negra del pueblo. No lo permitamos más. Leguía duró once años porque nosotros Io quisimos. Basta ya de comediantes. Lo que necesitamos es verdadera lucha política e ideológica, lucha ennoblece­dora, fragorosa, combativa, pero lucha que cree y construya algo.


    Si algo positivo ha tenido el gobierno de Le guía es hacer evidente este estado de disolución en que se encontraban las clases dominantes, como para que todo el Perú se percatara. Sólo en medio de una corrup­ción y de una inepcia generales era posible el entronizamiento de un despotismo que hizo tabla rasa de todos los valores morales, políticos y económicos. Las clases dominantes del Perú han estado a sueldo de Leguía y ellas constituyeron el cerco de delación que ha mantenido en pie durante once años el funesto régimen fenecido. Lo único organizado que había en el país es esta red subrepticia y torva que arrojaba sus tentáculos hasta nuestros hogares mismos. La delación y el espionaje fueron los únicos méritos que se recompensaban espléndidamente mien­tras los maestros de escuela se morían de hambre.


    Con los empréstitos malversados por Leguía en pagar soplones, en subvencionar prensa mercenaria, en enriquecer a los suyos y. en adjudicarse una inmensa fortuna personal, el país queda comprometido por lo menos cincuenta años. Ha sido una batahola de millones que han desaparecido sin provecho alguno para la colectividad. Tendremos que trabajar y sudar hasta la angustia para pagarlos. Estamos sumidos en la miseria más espantosa y a las puertas de la bancarrota.


    El hecho mismo que el actual gobierno tenga por única plataforma política el asunto de las sanciones a los defraudadores y que esta plata­forma haya sido recibida con beneplácito de la nación, está demostrando a las claras la magnitud de la ignominia leguiísta. El pueblo quiere que se juzgue y que se castigue a los culpables.
La creación de un tribunal especial de sanción, aparte de los tribunales ordinarios, demuestra que la corrupción ha sido tan general y tan grave que era preciso la institución de un organismo excepcional.


    La presencia del tribunal de sanción en nuestro país es la prueba más evidente de la corrupción de las clases directoras. El pueblo no confiará ya más en ellas y siente la necesidad urgente y salvadora que otros hombres, aquellos que no estén manchados ni corrompidos, tomen en sus manos las riendas del poder público.


Hacia un Periodo de Construcción


    En la medida en que el pueblo sea conciente de la renovación en los métodos y en los hombres de gobierno; será posible acometer una tarea verdaderamente constructora. El Pueblo no puede, no debe ser indiferente ante esta realidad que es necesario crear. Es preciso que asumamos todos nosotros la conciencia de nuestra responsabilidad histórica y que nos decidamos de una vez por todas a crear un país que desgraciadamente no lo tenemos. Aquí cabe glosar unas palabras de Unamuno que encierran una profunda verdad. La nación no es nuestra madre, es nuestra hija. Nosotros tenemos que gestarla, tenemos que sacarla de la nada, tenemos que extraerla de nuestras propias entrañas y con la desgarradura de nuestro dolor.


    Sin esfuerzo, sin sacrificio, sin consagración, sin desinterés no podremos jamás, crear un país y nosotros y nuestros hijos seremos siempre víctimas de los políticos profesionales que en todo tiempo han hecho nuestra tragedia.
 
    Necesitamos plantear principios y normas que, a la vez, que nos hagan ingresar de lleno en el espíritu de la época, sirvan de canales vitales a la intensa inquietud constructora que se agita en este instante. Voy a proponer algunos a la consideración de vosotros que pueden servir como puntos de referencia alrededor de los cuales se aglutinen vuestros propios pensamientos y vuestras propias iniciativas:
 
1.- Abolición total del latifundio que absorbe todas las fuerzas vitales de la nacionalidad. Enérgica política agraria en beneficio de la gran masa trabajadora y productora.
2.- Separación de la Iglesia y del Estado. Ley del divorcio absoluto. Libertad completa de cultos.
3.- Extirpamiento de todos los monopolios y privilegios que existen de hecho en el país.
4.- Gratuidad de la enseñanza primaria, media y superior y, por consi­guiente, acceso libre al mérito y no al dinero como hoy, a los colegios y universidades.
5.- Enseñanza laica dejándose al individuo la elección de creencia y al hogar el adoctrinamiento religioso.
6.- Implantación de salarios y sueldos mínimos de conformidad con las necesidades del empleado y del trabajador.
7.- Participación del obrero y empleado en las utilidades de las empresas industriales.
8.- Entrega inmediata y gratuita a las comunidades indígenas de los fondos de los conventos y congregaciones religiosas.
9.- Abolición inmediata del contrato de enganche, sistema feudal que establece en la forma más irritante la explotación del hombre por el hombre.
10.-Ampliación de los derechos reconocidos a los empleados, según las leyes existentes y aplicación de éstas en beneficio de los trabajadores.
11.-Jornada de ocho horas.
12.-Reconocimiento de los derechos de libertad de prensa, de reunión y de asociación.
13.-Nacionalización de la enseñanza y de las industrias. Política de autonomía económica contra la absorción de los imperialismos.
14.-Universalidad, efectividad y respeto del sufragio popular, voto se­creto.
15.-Reforma y renovación del poder judicial.
16.-Implantación de la autonomía municipal de manera tal que el Mu­nicipio sea el organismo verdaderamente representativo del pueblo.
17.-Intensa política de culturización del indio y del trabajador. Aplicación a estos fines de una fuerte partida del presupuesto nacional. Multipli­cación de las escuelas y formación de un profesorado moral y eficiente.
 

    Compañeros:


    He aquí un esquema que a mi juicio sintetiza las aspiraciones de la gran masa peruana en este momento y dentro del cual cabe todo el plan constructivo de las nuevas generaciones que, desde hace diez años,viene despertando y agitando la conciencia colectiva. Este esquema, a la vez que nos hace ingresar al espíritu de la época, nos hace asumir en plenitud nuestras responsabilidades históricas frente al presente y al porvenir. Contra este esquema no cabe sino la oposición del pasado y el pasado ya hemos visto lo que es por dolorosa experiencia. Nada tenemos que conservar en el país porque nada positivo se ha hecho. Estamos gestando, debemos gestar la criatura de mañana: potente, alegre, jus­ticiera, vigorosa y sana.


    Compañeros: saludemos al porvenir que ya llega y que solo llegará para nosotros en la medida en que seamos conscientes de su llegada. Entonces nuestros hijos ya no comerán el pan amargo que hemos comido nosotros y ya no se teñirán sus mejillas con la vergüenza con que se han teñido las nuestras. Viviremos en un país libre y con hombres libres.


    Yo sé que con mis palabras he traducido, bien o mal, las íntimas reivindicaciones vuestras. El proletario y las clases medias son las únicas fuerzas sanas y las únicas que son capaces de transformar el país. Vamos decididamente a esta transformación, no lo dudemos un instante, porque entonces volverá a entronizarse el crimen, el robo y la explotación. Que nuestros hijos no nos echen en cara mañana la acusación de que no supimos estar a la altura de nuestro dolor y de nuestro sacrificio.


    ¡Compañeros en vuestras manos está el Perú nuevo!
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Instituto de Investigaciones Cambio y Desarrollo (CYDES). Antenor Orrego: Obras Completas . Editorial Pachacutec. Primera Edición, Setiembre de 1995. Tomo V, pag. 170-176

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