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Antenor Orrego da un esclarecimiento del sentido integral de la Patria.

Él recalca que la eficacia de una docencia sólo se hace realmente fértil partiendo de circunstancias concretas que todos hemos vivido y sufrido en carne propia. El esclarecimiento de la patria sólo se vuelve plenamente luminoso cuando lo extraemos de nuestro propio dolor y desde nuestra personal experiencia. El sentido vital e integral de la patria es un contenido que se esfuma bajo la coerción de la violencia y de la discordia, ejercitada por unos grupos políticos contra los otros. Cuando se nos arrebata a nuestra patria por el odio, perdemos, entonces, esa necesaria densidad que nos retiene en la confianza del ambiente en que nacimos, en ese nivel espiritual que nos mantiene en la altura de nuestro ser mismo como ciudadanos.

El hombre sólo es capaz de centrarse en la atmósfera vital de la patria. No había castigo más ominoso y doloroso para el griego que el ostracismo (la privación de la patria por la fuerza). El destierro pesa sobre el hombre como una losa funeraria. El exilado es un muerto-vivo que anda errante por el mundo en busca de la patria que ha perdido y que sólo piensa en recuperarla. Pero, hay una expatriación más dolorosa todavía, mucho más dilacerante que aquélla del desterrado que tiene la esperanza de volver un día. Esa expatriación que se consuma sin salir al exilio, la del expa­triado político a quien cercenan de la protección de la ley, la del "muerto civil" por el legalismo vengativo de la facción. La expatriación de la "oveja negra" que ha sido marcada con el aspa roja de la venganza, la del hombre que es sepultado por odio político detrás de una reja sin haber cometido delito alguno.

La patria no es solamente una expresión geográfica; la patria, en su dimensión más simple, es algo tangible que se asienta en el ámbito telúrico del territorio, reside en la esencia espiritual de su cultura, la que le imparte su riquísima dimensión humana.

La patria es, esencialmente, una suerte de flecha palpitante que se dispara desde el pasado, que se sumerge en el presente y que se proyecta hacia el porvenir.

Solamente el hombre que padece a la patria es el que realmente la crea. Cada uno de nosotros somos padres de la patria en la medida del esfuerzo y en la medida de la dignidad con que sepamos concebirla y empujarla siempre más allá de sus actuales limitaciones. 

La patria no solamente tiene una frontera material, que es el límite de su territorio, símbolo físico de la soberanía de un pueblo. Su intangibilidad constituye la realidad sustancial, esencial y profunda de la patria. Una de ellas es la frontera jurídica, la frontera de las leyes constitucionales dentro de la cual hemos nacido y legado y debe ser respetada por todos. Otra, la frontera histórica, que es el legado inmortal que nos dejaron los próceres de la Independencia, el legado de la libertad por la cual lucharon y murieron.

Hay otra frontera que podríamos llamar dimensión biológica. Esa dimensión que reside en el hombre de la calle, en el hombre común. Una patria débil que no tiene ante sí ningún destino positivo, ninguna gran tarea histórica que cumplir. Una población desnutrida, oprimida e ignorante; una población sin libertad, sin derechos y sin salud; una población diezmada por el paludismo, por la tuberculosis y por el hambre, es una patria mutilada, desarticulada desde su raíz.

La frontera física o geográfica sólo puede ser atacada por la acción de fuerzas externas. En cambio, las fronteras jurídica, moral, cultural y biológica sólo pueden ser agredidas desde adentro.

Sin libertad, sin justicia social y sin derechos, la patria es sólo una ficción, una simple palabra que carece de contenido, que sirve únicamente de bambalina a la explotación y expoliación organizada por los círculos privilegiados.  

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Instituto de Investigaciones Cambio y Desarrollo (CYDES). Antenor Orrego: Obras Completas. Editorial Pachacutec. Primera Edición, Setiembre de 1995. Tomo IV

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